viernes, 15 de noviembre de 2013

"Escondite Refrigerado"

Mirando toda la parafernalia de ‘nuevas formas de jugar’ en la actualidad, me llevan cada vez más a valorar la forma en que uno fue criado y aunque no nací ni soy de la llamada Era Digital, admito que me he beneficiado de muchas cosas en ella, no obstante hay momentos en que me siento bastante análogo.

La pérdida de inocencia supone cambios drásticos en algunas personas, dramáticos en muchas e insignificantes, para un grupúsculo.

Los jovencitos de ahora ya no juegan. Su ‘juego’ se basa en asuntos típicos de gente adulta y la rapidez con la cual desean convertirse en alguien respetado, contrasta radicalmente con la inevitable transculturización y ese frenético bombardeo mediático cortesía de una poco regulada televisión.

De pequeño a todos nos gustaba ‘jugar al escondido’ y por defecto, era una de las opciones mayor utilizadas en momentos que se iba el fluído eléctrico. Claro está, para los preadolescentes, el hecho de no haber luz les daba otras opciones.

Un día de esos en donde tanta veces se iba la energía eléctrica, me había bañado temprano, hecho mi tarea y obtenido el permiso para ir a jugar en compañía de mi entrañable amigo de infancia, Chichí.

El Barrio Lela”, se caracterizaba por un heterogéneo grupo de muchachos y gozábamos además de tener tiempo para participar en todo tipo de juegos del momento. Merecida mención para “El Pico de la Botella”, “El Topao’”, “Pan Caliente”, “La Patá de Jarro, “El Pañuelo”, “Flor y Convento”, “Mariscal”, “El Burro” y por supuesto el famoso, “Escondido”.

Tras varias sesiones de “El Pañuelo”, seguidas de “El Pico de la Botella” y “El Pañuelo”, se va la dichosa luz. Eso provocó que cada quien se fuera retirando para sus respectivas casas, pero como no era tan tarde, decidí ir a jugar “El Escondido” a casa de Chichí.

El grupo lo componíamos él, dos de sus hermanos (Vladimir y George) y un servidor. José, el mayor había optado por leer algo.

Tras varios repetidos intentos, habíamos utilizado casi la casa completa escondiéndonos hasta que a Chichí se le ocurrió ocultarnos dentro de un congelador.

Traído desde La Peña, lugar de origen del padre de Chichí, el congelador marca Continental, haría las veces de albergue para alimentos que requerían refrigeración. No obstante, su uso en ese momento era para guardar la que yo recuerde, más grande cantidad de los famosos ‘esquimalitos’.

En un aparte que Vladimir se encontraba haciendo turno en el clásico conteo, Chichí abre la puerta del congelador y me pide que nos metamos en él:

-“Je,je,je aquí no nos va a encontrar nadie Chichí”

-“¡Shhh! ¡No hable! ¡Acuérdate que no pueden oír!”

Desde adentro, todo lo que se escuchaba era una distante y confuso. Un lapso bien prudente transcurrió y ambos optamos por entrarle a dos manos a los esquimalitos. Sabores como uva, frambuesa y naranja fueron despiadadamente consumidos por nosotros sumidos en una total obscuridad.

De un momento a otro, llega la dichosa luz y por consiguiente, se enciende el congelador y para colmo de males, Doña Luisa, la nana de la casa se las arregló para colocar el televisor encima del congelador ya que se acostumbraba a tenerlo allí para mejor perspectiva visual.

Comienzo a preocuparme ya que allí dentro la temperatura enfriaba rápidamente y Chichí me pedía que “le diera tiempo” hasta que él detectara en qué preciso momento podíamos salir y así evitar un potencial castigo.

En lo que se decidía el asunto, continuamos consumiendo esquimalitos:

-“¿Chichí y qué tú le va a decir a tu papá sobre lo equimalitos?”, le pregunto frotándome las manos, antebrazo y brazos en búsqueda de calor.

-“Espérate que creo que papi anda cerca”, susurra.

-“¿Pero cómo te vas a dar cuenta si no se oye casi nada?”, le pregunto en tono insistente.

-“¡Espérate! Déjame pégame bien para oír”.

De forma abrupta,  se retira de uno de los extremos del congelador ya que el frío casi le quema una de las orejas y con el brusco movimiento, choca al otro lado y me echo a reir desenfrenadamente.

Al mismo tiempo se escuchaba a los padres de Chichí preguntarle a Vladimir y George por su paradero. Se acabaron los esquimalitos y el congelador emulaba un perfecto ambiente para un esquimal y es allí donde comenzamos a golpear los bordes para alertar que estamos dentro.

Cuando retiraron la TV y abrieron la puerta, salimos bien rápidos ya que el frío nos mataba. No hubo momentos para explicaciones ya que mi mamá tenía un buen rato buscándome y al enterarse en las circunstancias en que ‘estaba perdido’, aceleró el proceso ¡de una buena pela!.

Chichí corrió el mismo destino. Recuerdo lúcidamente las duales carcajadas de Valdimir y George, al tiempo que Doña Luisa, yacía rendida de un súper sueño tras un fracasado intento de dormir a Pili, el hermano menor de ellos...

Por: Marcos Sánchez. Cuentos Sociales: "Escondite Refrigerado". © 2009-2010-2013 Marcos Sánchez. Derechos reservados.

3 comentarios:

  1. no, no, no pero mira que eran ocurrentes ustedes, no he parado de reir..... ya me los imagino congelandose ahi dentro por evitar la inevitable pela, jajajajaja

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  2. Eso fue así querida Indara!

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  3. A la verdad, que estrano esos tiempos, cuando vivi en Villa alacran estos juegos estaban a la orden del dia y no fue una fueron muchas pelas por diferentes situaciones como esta. pero de verdad no e parado de reir con esta situacion, fue planeado para comerse los equimalitos jaajajajajjajajajaja.

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