viernes, 29 de noviembre de 2013

"Los Caballitos"

Una de las ventajas que siempre ha tenido La Romana es que extranjeros con grandes capitales y un poquito de visión, optan por probar suerte en la también llamada 'Flor del Este' y ese periodo generalmente se convierte en una estadía permanente.

Cuando me refiero a extranjeros es por partida local e internacional. Gente de otros pueblos llegan en búsqueda de oportunidades y casi siempre se quedan.

Un sondeo rápido en base al porte de cédulas en una parte céntrica de la ciudad para determinar orígenes, arrojaría individuos de lugares conocidos como Baní o sitios bien lejanos como Las Matas de Farfán.

En el orden internacional encontramos una amplia comunidad de chinos, árabes, españoles, italianos y franceses. En menor cuantía, estadounidenses, venezolanos, colombianos y puertorriqueños.

Por razones económicas, las atracciones que llegaban a la ciudad siempre era en sociedad con algún extranjero ya radicado y éste a su vez, contactaba otros de su estirpe con domicilio en Santo Domingo.

Así llegaban los famosos "caballitos", que no eran más que unos ultra usados equipos, desechados en otras latitudes y hasta descontinuados por el mismo fabricante, pero que aquí, con una leve pintadita, parecían 'nuevecitos'.

Cerca de mi casa, existía un campo de béisbol que le apodaban 'El Play de La Normal', nombre adquirido debido al liceo Tiburcio Millán López, que en sus orígenes le llamaban 'la escuela normal'.

En el referido lugar instalaban un improvisado parque de diversiones en donde la mayor atracción era el gran carrusel que tenía tanto asientos como sólidas figuras en forma de caballos y de ahí el nombre 'los caballitos'.

Un domingo cualquiera, era imposible obviar ir a los caballitos ya que en la escuela nos anunciaban hasta la saciedad que "eran las últimas semanas" y ya usted se puede imaginar. Resuelto el dilema, me voy con mi hermano y algunos de los muchachos más adultos para los caballitos...

-"¡Arturo! ¡Arturo!, yo quiero montarme primero en los caballitos", le digo a mi hermano-tutor.

-"¡Espérate! que cada vez que venimos te vuelve loco y se acaban el dinero", sentencia.

-"¡Pero papi te dió suficiente para los dos!", le exijo.

-"Mira lo que vamos a hacer: sólo hay dinero para un par de subida en lo caballitos, la estrella, el gusano y la sillita voladora"

-"Pero con eso da Arturo..."

-"¿Ajá, y cuándo tu comiences a pedirme refrescos, algodón, sándwiches y rosetas?"

-"¡Ah no!, ¡yo no sé! Papi dijo que me montara en todo lo que yo quisiera...", le digo con la clásica carita triste...

El dinero era bien abundante. Mi papá era caraquero en ese entonces y por lo regular, siempre había efectivo en sus bolsillos. Mi hermano en realidad tenía otros planes: el y su séquito andaban con 'novias' y eso disparaba el presupuesto considerablemente.

-"¡Mira! ¡óyeme bien!. ¡Una montada en lo caballitos, otra en la estrella y lo otro es para comer!"

-"¡¿Pero y la sillita voladora y el gusano?! ¡Se lo voy a decir a papi!", le advierto.

En eso llega una de las admiradoras con cara de "yo no fui" e interrumpe abruptamente:

-"¡Diantres Arturo! ¡¿Este es tu hermanito!? ¡Igualito a ti! ¿Por qué tu tiene esa carita guapita?"

-"Porque..."

-"¡Pssst hey! ¡cuidadito muchachito!", dice mi hermano con unos ojos que mandaban a correr hasta el padre de la película "El Exorcista".

Llegamos a un acuerdo verbal, que obviamente no se cumpliría, me subo en mis caballitos y doy vueltas hasta más no poder. De repente no veo a Arturo por ningún lado. El miedo se apiadó de mí y desde lo alto escuchaba mi nombre.

Al levantar la cabeza, notaba que la voz se iba y se acercaba: Arturo enganchado en 'La Estrella' con su fémina. Bajan muy sonrientes y lo comienzo a presionar bajo amenaza de que me lleve a la casa.

Durante mis vueltas en el carrusel, se habían tomado fotos, montado en el gusano y comido. El dinero estaba bien escaso e incómodo me negué a comer. La muchacha aprovechó el descontento y le dice en voz medio baja:

-"Oye, si tu hermanito no quiere comer, entonces cómprame dos sandwiches y un refresco. Acuérdate que todavía nos falta subirnos a la sillita voladora"

Clavé mis ojos con mirada fulminante ante la impostora y miro a mi hermano en espera de una salida salomónica al conflicto:

-"¡Toma! Ve y cómete un sandwich, un refresco y si quieres algodón o rosetas, tienes que esperarme aquí"

Accedo a tomar el dinero. Pagan par de taquillas para la famosa sillita voladora y me quedo estático esperando 'nuevas instrucciones'. El asunto comienza a dar vueltas y los gritos de alegría de los ocupantes giraban una y otra vez.

Existía un mecanismo que hacía levantar el asta de metal que sujetaba los extensos brazos que al final y con cadenas, suspendían las sillas. Miro indignado a la farsante gozar plenamente y por mi mente me pasaba el colérico pensamiento de que el acceso a otras atracciones se habían desvanecido gracias a esa muchacha.

Me acerco al operador y le digo:

-"La muchacha de la taquilla le llama"

El hombre mira hacia la cabina, pero por el ruido no puede dejarse escuchar y decide ir rápidamente a donde la vendedora de taquillas. En eso, dejó el botón que mantenía al tope las sillas y a una velocidad más acelerada.

El operador tardó menos de dos minutos en regresar y al elevar mi vista, fui testigo de cómo la farsante expulsaba de su estómago parte de lo que me correspondía consumir tanto en refrigerio como en atracciones.

Al bajar hubo que llevarla a los improvisados baños y con cara inocente me dice al retornar mi hermano:

-"¿Te gustó venir a los caballitos?"

Con mirada fija y en tono sarcástico le respondo:

-"¡Sí y mucho! ¡Y a papi le va a gustar mucho más cuando lleguemos a casa"

Por: Marcos Sánchez. Cuentos Sociales: "Los Caballitos". © 2010-2013 Marcos Sánchez. Derechos reservados.

viernes, 22 de noviembre de 2013

"El Cervecentro"

En 1993 debuté como visitante en lo que ahora son conocidos como cervecentros con la modalidad de chicas que te sonríen haciéndote creer que les interesas.

La diferencia de los de aquel entonces versus a los de ahora, es prácticamente mínima ya que la idea básica permanece intacta: un lugar con acondicionador de aire, cervezas bien frías y atractivas chicas sirviéndote.

En esta última parte, el asunto de ligar era más discreto. Ahora es a lo claro.

Un tocayo y gran amigo homólogo en la profesión de comunicador social, tenía a su vez un amigo a quien le gustaba nuestro estilo de comentar las películas cuando tenía la oportunidad de escucharnos haciendo nuestras esporádicas intervenciones radiales. El caballero, quien se apodaba junto al tocayo Pesao, respondía al nombre de Basilio.

Bacilio, era amante de las aventuras, la vida nocturna y un admirador fiel a las féminas. Su imagen llevaba impregnada un inexorable contraste con su estilo de vida.

En su trabajo, que consistía en vender zapatos en una tradicional y prestigiosa tienda de la ciudad, Bacilio era súper servicial y portaba impecablemente pantalones de vestir, camisa formal y hasta corbata!.

En una ocasión mi tocayo andaba con Basilio y coincidimos en un lugar y allí fuimos presentados. Tenía otros planes en ese momento y quedamos de reencontrarnos en otra ocasión para compartir un rato. Pasaron varias semanas antes de que se pudiera concretar ese encuentro.

Un Sábado saliendo de unas clases privadas de Inglés, me encuentro coincidencialmente con Bacilio, quien me aborda con mucha sutileza:

-“
¿Pero venga acá mi hermano y cuándo es que por fin usted y yo vamos a juntarnos? ¿Dígame qué es lo que le pasa?”.

-“Tienes razón, no he podido coordinar contigo para ese encuentro. Lo que pasa es que tendría que ser un fin de semana ya que imparto clases todos los días laborables”, le digo.

-“
¡Pero hoy es Sábado! ¡No me diga que ahora usted tiene clases en la tarde!”

-“No sería mala idea”, respondo.

-“
¡Entonces vamos a comprometernos para hoy mismo!”, dice bien animado.

-“En realidad me refería a eso de no ser mala idea, el hecho de impartir clases los Sábados por la tarde. Unos chelitos extras nunca caen mal”.

-“Ofrézcome pesao’ usted anda detrás de la plata jajaja. Pero si hay algún problema, dígamelo que El Pesao me ha dicho que usted es un hombre elitista”.

-“
¡Jajaja vaya percepción! ¿A qué hora puedes hoy para por fin reunirnos?”

-“
¡Oh! son las 12 del medio día. ¿Qué le parece a las 2:00 de la tarde?”.

-“
¿¡A las 2 de la tarde!? ¿Y a dónde podríamos ir a tomarnos par de frías a esa hora? Hace mucho calor”, respondo bien escéptico.

-“Jajaja ay pesao’, 
¡déjeme eso a mí! Lo voy a llevar a un lugar donde usted no tendrá problemas de temperatura. ¡Es más! Calor le dará a usted con las chicas que hay allá”.

-“No se ofenda, pero usted no se está refiriendo a…”

-“
¡Olvídese de eso! ¡Paso por su casa a las 2 en punto!”

Bacilio era un hombre que poseía como estigma en su carácter, la puntualidad. Llegó a mi casa con dos motoconchos justo a las dos de la tarde cual si fuese reloj suizo. Ciertamente hacía un sol ultra radiante:

-“Ah, pero usted no relaja con esto de las horas en punto”, le digo saliendo de mi casa.

-“
¡Claro pesao! Discúlpeme por la montura, pero estamos en ahorro para comprarnos cuatro ruedas. Súbase ahí y cáiganme atrá'”.

Tomamos una línea recta en la misma calle de mi casa y tras unas seis cuadras llegamos a nuestro destino: un centro cervecero matizado en la parte frontal por la mayor cantidad de motoconchos que haya visto juntos en ese momento. Me apeo y el motoconcho me dice que ya estaba pagado el pasaje.

Miro hacia arriba y veo un letrero neón que apenas podía ignorarse. Una puerta de madera con seis pequeños cuadros de cristal hechos orificios en ambos extremos, era la fisonomía de la misma. Me preocupé un poco por el escenario y además estábamos en el ahora antiguo ‘bajo mundo’:

-“Pesao no se preocupe que aquí no va a ver problemas y conozco a todo el mundo”, me advierte un animado Bacilio.

Ya en el interior, el ambiente efectivamente era un polo Norte o Sur, una música a ritmo de Salsa, tan alta, que daba la impresión de una confabulada misión con los decibeles para explotarle a uno los tímpanos y ciertamente, hermosas féminas atendiendo a los clientes.

Sin reparos, llega una elegante muchacha y solícitamente, nos ubica en el área del bar al momento de traer consigo una cerveza:

-“
¡Ah, pero usted es aquí un duro!”, le comento.

-“Jajaja pesao’ le dije que no se preocupe 
¡Aquí yo tengo el control”

-“Si, ya me dí cuenta. Aunque noté que usted en realidad anda detrás de la jevita que nos atendió”.

-“Usted
como siempre: ¡observador! Pesao, quíteme esa cara que ya le dije que aquí no va a pasar nada!”

-“No, lo que pasa es que estaba mirando alrededor y noté que la puerta para entrar, es la misma para salir. 
¿Y si se arma un brejete aquí, por dónde sale uno?”

-“Jajaja 
¡qué hombre éste! ¡Olvídese de eso que no pasará nada!”

Entre diálogos entrecortados por la música alta, nos habíamos tomado ya varias cervezas.

Mi inquietud respecto al por qué tantas atenciones para nosotros, obedecía a que el dueño del lugar tenía un acuerdo con sus empleadas que consistía en darles cinco pesos por cada cerveza que vendieran. 
¡Imagínese usted!.

Esa cara esbozada con una radiante sonrisa, era parte del plan de cada chica que servía en su afán de ganarse algo extra. Estaba claro que él era fijo en aquel lugar y que la elegante muchacha, había desarrollado una mordaz estrategia para entretenernos extensamente allí.

Me excuso con él y me dirijo a realizar el clásico ‘cambio de aceite’. Entro al angosto baño y en un momento dado, agudizo bien mis sentidos para poder discernir el tumultuoso murmullo proveniente de afuera, que al confundirse con la música, no se definía.

Al abrir la puerta del baño, me recibe un provocado Bacilio y me dice en tono exaltado:

-“
¡Pesao devuélvase!, ¡hay un pleito con do' tiguere en el bar dicutiendo por una mujel y ‘tan lo botellazo a do’ mano!”, al momento que rápidamente cerraba la puerta, aferrándose con firmeza al manubrio de la misma.

El miedo de pensar que uno sería víctima de aquel desorden, se había apoderado de mi y la experiencia del término ‘tragar en seco’ la viví intensamente gracias a una dilatada disfagia que se había apoderado de mi en lo absoluto. En un esfuerzo por poder hablar le digo bien preocupado:

-“
¡Tu ve lo que te dije! ¿Y ahora cómo diablos vamos a salir de aquí?”

-“Pesao yo ya le dije que no se preocupe que aquí no va a pasá na’ ”, aún aferrado al manubrio de la puerta.

El pleito se controló al llegar la policía. Fue mi última incursión a los denominados centro cerveceros.

Por: Marcos Sánchez. Cuentos Sociales: “El Cervecentro”. © 2009-2010-2013 Marcos Sánchez. Derechos reservados.

viernes, 15 de noviembre de 2013

"Escondite Refrigerado"

Mirando toda la parafernalia de ‘nuevas formas de jugar’ en la actualidad, me llevan cada vez más a valorar la forma en que uno fue criado y aunque no nací ni soy de la llamada Era Digital, admito que me he beneficiado de muchas cosas en ella, no obstante hay momentos en que me siento bastante análogo.

La pérdida de inocencia supone cambios drásticos en algunas personas, dramáticos en muchas e insignificantes, para un grupúsculo.

Los jovencitos de ahora ya no juegan. Su ‘juego’ se basa en asuntos típicos de gente adulta y la rapidez con la cual desean convertirse en alguien respetado, contrasta radicalmente con la inevitable transculturización y ese frenético bombardeo mediático cortesía de una poco regulada televisión.

De pequeño a todos nos gustaba ‘jugar al escondido’ y por defecto, era una de las opciones mayor utilizadas en momentos que se iba el fluído eléctrico. Claro está, para los preadolescentes, el hecho de no haber luz les daba otras opciones.

Un día de esos en donde tanta veces se iba la energía eléctrica, me había bañado temprano, hecho mi tarea y obtenido el permiso para ir a jugar en compañía de mi entrañable amigo de infancia, Chichí.

El Barrio Lela”, se caracterizaba por un heterogéneo grupo de muchachos y gozábamos además de tener tiempo para participar en todo tipo de juegos del momento. Merecida mención para “El Pico de la Botella”, “El Topao’”, “Pan Caliente”, “La Patá de Jarro, “El Pañuelo”, “Flor y Convento”, “Mariscal”, “El Burro” y por supuesto el famoso, “Escondido”.

Tras varias sesiones de “El Pañuelo”, seguidas de “El Pico de la Botella” y “El Pañuelo”, se va la dichosa luz. Eso provocó que cada quien se fuera retirando para sus respectivas casas, pero como no era tan tarde, decidí ir a jugar “El Escondido” a casa de Chichí.

El grupo lo componíamos él, dos de sus hermanos (Vladimir y George) y un servidor. José, el mayor había optado por leer algo.

Tras varios repetidos intentos, habíamos utilizado casi la casa completa escondiéndonos hasta que a Chichí se le ocurrió ocultarnos dentro de un congelador.

Traído desde La Peña, lugar de origen del padre de Chichí, el congelador marca Continental, haría las veces de albergue para alimentos que requerían refrigeración. No obstante, su uso en ese momento era para guardar la que yo recuerde, más grande cantidad de los famosos ‘esquimalitos’.

En un aparte que Vladimir se encontraba haciendo turno en el clásico conteo, Chichí abre la puerta del congelador y me pide que nos metamos en él:

-“Je,je,je aquí no nos va a encontrar nadie Chichí”

-“¡Shhh! ¡No hable! ¡Acuérdate que no pueden oír!”

Desde adentro, todo lo que se escuchaba era una distante y confuso. Un lapso bien prudente transcurrió y ambos optamos por entrarle a dos manos a los esquimalitos. Sabores como uva, frambuesa y naranja fueron despiadadamente consumidos por nosotros sumidos en una total obscuridad.

De un momento a otro, llega la dichosa luz y por consiguiente, se enciende el congelador y para colmo de males, Doña Luisa, la nana de la casa se las arregló para colocar el televisor encima del congelador ya que se acostumbraba a tenerlo allí para mejor perspectiva visual.

Comienzo a preocuparme ya que allí dentro la temperatura enfriaba rápidamente y Chichí me pedía que “le diera tiempo” hasta que él detectara en qué preciso momento podíamos salir y así evitar un potencial castigo.

En lo que se decidía el asunto, continuamos consumiendo esquimalitos:

-“¿Chichí y qué tú le va a decir a tu papá sobre lo equimalitos?”, le pregunto frotándome las manos, antebrazo y brazos en búsqueda de calor.

-“Espérate que creo que papi anda cerca”, susurra.

-“¿Pero cómo te vas a dar cuenta si no se oye casi nada?”, le pregunto en tono insistente.

-“¡Espérate! Déjame pégame bien para oír”.

De forma abrupta,  se retira de uno de los extremos del congelador ya que el frío casi le quema una de las orejas y con el brusco movimiento, choca al otro lado y me echo a reir desenfrenadamente.

Al mismo tiempo se escuchaba a los padres de Chichí preguntarle a Vladimir y George por su paradero. Se acabaron los esquimalitos y el congelador emulaba un perfecto ambiente para un esquimal y es allí donde comenzamos a golpear los bordes para alertar que estamos dentro.

Cuando retiraron la TV y abrieron la puerta, salimos bien rápidos ya que el frío nos mataba. No hubo momentos para explicaciones ya que mi mamá tenía un buen rato buscándome y al enterarse en las circunstancias en que ‘estaba perdido’, aceleró el proceso ¡de una buena pela!.

Chichí corrió el mismo destino. Recuerdo lúcidamente las duales carcajadas de Valdimir y George, al tiempo que Doña Luisa, yacía rendida de un súper sueño tras un fracasado intento de dormir a Pili, el hermano menor de ellos...

Por: Marcos Sánchez. Cuentos Sociales: "Escondite Refrigerado". © 2009-2010-2013 Marcos Sánchez. Derechos reservados.

viernes, 8 de noviembre de 2013

"La Tasca del Némesis de Lucifer"

Una de las características de ser caribeño es la ferviente y espontánea forma de tratar a los demás con afecto.

Es algo inherente en nosotros poner en práctica la hospitalidad tanto con extranjeros como con criollos oriundos de cualquier parte de la media isla llamada República Dominicana.

No sé en otra cultura, pero en la nuestra, la comunicación (en todas sus manifestaciones) es una condición sine qua non ya que nos gusta iniciar un diálogo e interactuar con las personas. Basado en estos hechos, comparto con ustedes este singular relato.

En la tierra que me tocó nacer, posiblemente por la ubicación geográfica, nunca hemos tenido la oportunidad de poder disfrutar de un cambio de estación. Lo que vivimos es una especie de 'verano eterno' en donde el calor hace de las suyas en momentos más que otros, pero su presencia es casi permanente.

Los afortunados en vivir en zonas costeras gozan del privilegio de combatir las candentes temperaturas dirigiéndose a la playa más cercana o también una visita a un virgen río. Pero existe otra fórmula cuando se vive lejos de una playa: la ingesta de ese líquido rubio o moreno, dotado además de maíz refinado, lúpulo, cebada malteada, un poco de agua y por supuesto, alcohol.

Me llama al móvil un amigo para que compartamos un rato y así aprovechar cómo eludir un poco tanta calor. Se encontraba en un colmado en donde el ambiente sónico de fondo, era una salsa de Rubén Blades que era coreada por una desmesurada cantidad de voces mezcladas entre féminas y caballeros. Por fin llegué al lugar acordado.

El ánimo registrado en el lugar emulaba un ambiente de elecciones, de ésas en donde ya se sabe de antemano quién es el ganador gracias al potente desembolso por parte del sector que pretende extender sus intereses particulares Ad vitam aeternam.

Entre abrazos y reiterados gestos de camaradería, logro sentarme al lado de mi anfitrión. Ángel, el propietario del sitio, estaba robándose el show dado el hecho de que dominaba una conversación sobre inventos e inventores. Era una especie de secuela ya que una vez previa, el susodicho había impuesto el mismo tema ante sus clientes, logrando un buen aceptado quórum. Se trataba de una gozada (para él) palinodia.

En un momento determinado, el airado expositor se percata que no le hacemos caso a su sazonado debate y entonces se dirigió a nosotros preguntándonos sobre quién y en qué año, inventa la Frecuencia Modulada. Su pregunta (a mi entender) era capciosa ya que el caballero sabía que éramos trabajadores de la comunicación social en nuestra ciudad. Le respondo:

-"Edwin Howard Armstrong en 1933"

-"¿Edwin quién? ¡No amigo mío! ¡Usted me sorprende! ¿Cómo es posible que siendo locutor no sepa tan esencial dato?

-"Bueno si estoy errado, aprovechemos la ocasión para que nos ilustre ya que estoy convencido de que fue quien mencioné", le rebato.

-"El creador fue Guglielmo Marconi"

-"Negativo caballero. A Marconi se le adjudica ser uno de los primeros impulsores de la radio transmisión a larga distancia. Además un fallo judicial en EE.UU. dejó a Nikola Tesla como el definitivo inventor de la radio", enfaticé.

No quedó conforme y solicitó indagar en la internet al respecto. Una vez se aclaró el asunto, aceptó su confusión y me pidió que lo retara con otra información. No estaba en ánimos para entablar una discusión etérea y opté por una salida salomónica:

-"Dígame ¿Dónde está ubicada La Tasca del Némesis de Lucifer?"

Se quedó pensativo un buen lapso de tiempo sin darme respuesta. Por fin nos retiramos del lugar y varias semanas después todavía no acertaba responderme. Me comentó que había investigado en múltiples fuentes de entero crédito y que ninguna le había dado respuesta sobre el lugar que le reté ubicar. Lo que él nunca supo fue analizar dónde estábamos... 

Por: Marcos Sánchez. Cuentos Sociales: "La Tasca del Némesis de Lucifer" © 2012 Marcos Sánchez. Derechos reservados.

viernes, 1 de noviembre de 2013

"Franelas Antibalas"

Hace ya un buen tiempo me encontraba sentado en el interior de una bien cuidada cafetería en espera de un cliente quien le habían recomendado conmigo para la traducción de unos textos relacionados a asuntos personales.

Como es costumbre, siempre llego unos quince minutos antes para evadir inconvenientes con el tiempo y también pretextar absurdas historias infantiles para justificar la tardanza.

Rápidamente una de las dependientes me aborda:

-“Buenos días señor. ¿Qué va a ordenar?”

-“Buenos días joven. En realidad estoy en espera de alguien que está por llegar en breve. Déme un café con leche por favor”

-“¿No lo va acompañar con algo?”

-“Bueno, sí. Una tostada ¡Ah!, sé que no es tu culpa, pero por favor que le pongan de verdad mantequilla y no solo untársela”

-“Je,je,je. Bien yo me encargo. ¿Algo más señor?”

-“Si no es mucha molestia, ¿sería posible leer ese periódico que está encima del mostrador?”

-“¿Amante al deporte?”, pregunta la joven

-“¿Disculpe?”

-“Es que es sólo la parte del deporte. Alguien se llevó el resto”

-“¡Vaya!, bueno mejor no. Gracias”

En eso recibo una llamada al celular:

-“Bueno días, ¿me habla la persona de la traducción?”

-“Efectivamente le habla esa persona”

-“¡Ah caray!, discúlpeme. Uno con tantas cosas en la cabeza olvida los modales... ¡Mire!, bueno, escuche: deme unos minutitos más que se me presentó algo con la doña y ya usted sabe...”

-“Si usted así lo entiende, podemos postergar este encuentro para otra ocasión”

-“¡No!, ¡no!, espéreme nada más unos 10 ó 15 minutos que estaré con usted en breve”

Opté por esperarlo ya que había llamado cinco minutos antes del encuentro original. Lo ideal es esperar a alguien en cualquier tipo de citas quince minutos, pero hijos de las circunstancias al fin, a veces hay que ser flexible siempre y cuando exista comunicación.

Me voy tomando mi café con leche junto a mi tostada sin mucha prisa. En eso, me entretengo visualmente viendo cotidianas acciones en el lugar cual si fueren en cámara lenta: un limpiabotas ofertando sus nobles servicios (objetado por todos); personas que entran y salen a recoger pedidos; conversaciones estériles en ambos extremos del lugar y de repente se interrumpe el paseo visual al llegar el cliente:

-“¡Hola Señor Marcos! Disculpe en verdad la tardanza”

-“No se preocupe”

-“¿No le importa se ordeno algo para mí? Veo que usted ya comió algo”

-“En lo absoluto y si no es molestia, puede mostrarme el material a traducir?”

-“Si, por supuesto. Mire aquí está”

Mientras estoy leyendo la desmesurada cantidad de documentos, el cliente me interrumpe diciéndome:

-“¡Mire esa barbaridad!”

Al alzar mi vista veo un muchacho en sus veinte iniciados y con un afro más pronunciado que Wilfrido Vargas en su momento de apogeo.

-“¡¿Usted sabe lo que es eso?! ¡Esta juventud está totalmente transculturizada! Ese desaliñado aspecto con tremenda greñera, aretes en ambas orejas, los pantalones cayéndoseles y un bendito poloché con una figura de chaleco antibalas en el pecho! 
¿A dónde diablos llegaremos?”

-“Bueno, reconstruyéndolo por parte, lo del afro nos es inherente, aunque no tan pronunciado. Eso de los aretes es viejísimo, no siendo así el nivel semicaído de los pantalones”

-“¿Y qué me dice usted de esa perturbadora imagen en el pecho? ¿Un chaleco antibalas? ¡Eso vende violencia!”

-“Si se fija bien. Ese muchacho ciertamente está imitando la actitud de intérpretes de hip-hop que utilizan ese tipo de vestimenta para acrecentar su rebeldía”

-“¡Pero no logro entenderlo! ¿Usted cree que yo con esa edad iría a una discoteca con mi novia o una amiga y esa apariencia?”

-“Bueno, no se me ofenda, pero ¿sabía usted que hay hasta altos dignatarios usando trajes de lujo y personas que pagan enormes cantidades por camisas y chaquetas de cuero que efectivamente están reforzadas?”

-“¿Cómo va a ser? ¿Usted habla en serio?”

-“Tanto como lo que usted ve. Ese muchacho no es más que uno de los millones que en breve estarán atrapados por esa nueva moda”

-“Déjeme quedar claro en este asunto: ¿usted me está diciendo que existe a la venta ropa de vestir antibalas?”

-“Eso es así. Obviamente en países como el nuestro no es algo normal, pero de alguna forma ver tanta agresividad se convertido en algo muy cotidiano en culturas desarrolladas y mucho más después del fatídico 11 de Septiembre”

-“Bueno, este mundo se está acabando. Discúlpeme por haberlo interrumpido mientras leía.... ¿Qué me dice de los documentos?”

-“No puedo ayudarle con estos documentos”

-“Pero, ¿cómo que no? ¡Me lo recomendaron!”

-“Son documentos legales y no soy traductor legal. Le voy a referir con alguien más”

Nos despedimos y no conforme el ahora ex cliente no se contuvo y me pregunta:

-“Oiga: ¿por qué no optó por hacer el trabajo y ganarse el dinero? Mire que la cosa está bien dura hoy en día”

-“¿Sabe algo?, quizás nunca llegue a dejarme seducir por una de esas franelas y ponérmela”

-“Pero, ¿qué tipo de protección necesita usted? No entiendo...”

-“Si le quito el pan a quien verdaderamente se lo merece, tarde o temprano tendré que usar una de esas, ¡pero de verdad!”

Por: Marcos Sánchez. Cuentos Sociales: "Franela Antibalas". © 2010-2013 Marcos Sánchez. Derechos reservados.